Desde que era niña a la venezolana Ana Vanessa Marvez le fascina la música: la forma como las personas se conectan a través de ella, como aprenden, cómo pueden desarrollarse. “El arte siempre puede ser un motor de desarrollo social, cultural y económico. En parte por eso soy desde los 17 años docente de música de adultos, jóvenes y niños. También fui mezzo soprano en el Coral Nacional Juvenil Simón Bolívar de Venezuela y directora de coral antes de venirme a Chile”, afirma.

La música, y en particular la música clásica, es un patrimonio para los venezolanos. Hace más de 40 años el país se ha destacado por “El Sistema”, una obra social y cultural creada por el maestro y músico José Antonio Abreu para sistematizar la instrucción y la práctica colectiva e individual de la música a través de orquestas sinfónicas y coros, como instrumentos de organización social y de desarrollo humanístico.

“Nosotros hablamos de ‘El Sistema’ como el milagro musical venezolano. Es un proyecto del cual cualquier músico venezolano se siente orgulloso”, dice Ana. No es para menos: de acuerdo con datos oficiales, más de un millón de niños y adolescentes son parte del programa sólo en Venezuela.

Hacia 2015, sin embargo, vivir de la música en Venezuela ya era muy difícil. Por eso, Ana Vanessa tomó la decisión -como muchos- de venirse a Chile. Comenzó a trabajar como recepcionista en una academia de arte, en Ñuñoa. Ella se sentía afortunada, ya que en menos de 15 días había conseguido trabajo, pero también le apenaba no poder estar ejerciendo en lo que realmente le apasionaba: la educación, la música y el arte.

“Me encontraba con muchos grupos migrantes recién llegados al país que buscaban desarrollar sus habilidades como músicos, conocí sus historias, sus realidades y ahí me di cuenta de la suerte que tuve de al menos poder estar trabajando dentro del área cultural”, comenta.  A diario en su trabajo, Ana menciona que se encontraba con filas de personas que se acercaban con currículums impresos buscando dónde enseñar. “Eran músicos muy grandes, maestros de orquesta buscando trabajos, ya que en la realidad solo conseguían trabajar como garzones, coperos y trabajos que no tenían relación con su línea de interés. Yo leía sus documentos y ellos habían trabajado en los mejores teatros del mundo, pero acá en Chile eso no tenía valor”, explica.

Dentro de los más de 40 CV’s de músicos migrantes que recibía Ana, menos del 10% de ellos lograba obtener trabajo en la escuela, ya que era mayor la cantidad de personas que buscaban trabajo que la cantidad de alumnos que tenía la escuela. Como gestora cultural, a Ana esa situación le dio un golpe de impotencia, de querer ayudar. Fue así como redactó un proyecto de rescate del artista migrante a través de la música, de desarrollo social y educativo para la inmigración. “Mi idea era poner este gran capital humano, que se está perdiendo, a disposición del país. Nosotros como artistas somos personas que si no nos mantenemos practicando, nuestras habilidades se pierden”, menciona.

Luego de casi seis meses de redacción, en el año 2016, la oficina de educación de la Unesco la llamó para informar que apoyarían su proyecto. Luego de ese respaldo, Ana reunió a más de 30 músicos profesionales, entre sus contactos, para comenzar a dar clases y tocar.

Para comenzar a darle forma al proyecto Música Para La Integración, Ana logró arrendar un espacio a bajo costo en el mismo sitio donde ella trabajaba. Ya para marzo de 2017 logró convocar a una orquesta de casi 100 músicos migrantes, además de un coro de 25 migrantes. “Ese año se cerró con dos centros de formación infantil de niños y apoderados, dos centros de formación, una orquesta y un coro y, además, logramos firmar la figura jurídica como fundación sin fines de lucro”, explica.

Tres años después, la fundación cuenta con cinco centros de formación, tres orquestas y más de 350 músicos involucrados que no solo acogen migrantes, sino también chilenos. “La fundación ha logrado transformarse en un espacio de reunificación familiar, de niños que se han reencontrado con la orquesta, niños con depresión por dejar la orquesta en su país. Como migrantes hemos podido evidenciar la resiliencia y el quiebre de estereotipos en Chile”, concluye.