"Yo creo que al trabajar con una población que no tienen la posibilidad de optar por un servicio u otro, mi deber moral y ético es entregarles lo mejor de mí".

María Angélica Briones es una líder comunitaria chilena que ha trabajado para recuperar espacios públicos para jóvenes vulnerables en su barrio. Además de esto, ha incorporado conceptos de alimentación saludable, cuidado del medio ambiente y reciclaje en el Club Deportivo La Cueva. Su fuerte inquietud por ayudar a los demás la llevó a canalizar sus esfuerzos en la iglesia de su barrio y más tarde, como dirigente estudiantil, en la Academia de Humanismo Cristiano.

Trabajando en el Sename, junto con su esposo, reactivaron un club deportivo abandonado y ganaron un proyecto para hacer talleres para los niños del barrio. Luego, crearon un documento sobre el deporte como herramienta de aprendizaje social y de superación de la frustración. María Angélica sigue enfrentando las dificultades, para poder dar respuestas concretas y que otros niños puedan tener las posibilidades que ella tuvo.

Ella se considera una Mujer Impacta porque cree en lo que hace, logrando difundir de manera clara la importancia que tiene incorporar políticas públicas, programas y talleres para la población infantojuvenil. Además, señala que le gustaría que las autoridades comprendieran la importancia de integrar a los niños, niñas, adolescentes y jóvenes en el hoy y no solo pensando en el mañana.

Desde muy niña, Angélica recuerda haber experimentado una inquietud constante por descubrir el mundo y, en la medida en que fue creciendo, intentaba imaginar otras formas de vida en sectores más carentes y donde no hubiera nada de aquello que ella daba por sentado en su propio entorno. Era como haber nacido con los ojos muy abiertos, con una aguzada sensibilidad y, por cierto, una buena dosis de fantasía, elementos que la llevaron a intuir tempranamente la existencia de realidades por completo distintas a la suya propia. Y así se fue dando cuenta de que… ”no todos los niños de mi edad tenían algo que comer, que no todos iban al colegio como yo, que muchos de ellos trabajaban, que otros carreteaban con sus mamás y sus papás en las plazas, en fin.” Hasta que, ya un poco más grande, intentó canalizar este fuerte impacto participando en la iglesia de Franklin, su barrio, aunque al poco tiempo visualizó que no era ése su camino.

Llegado pues el momento, Angélica entró a estudiar Trabajo Social en la Academia de Humanismo Cristiano y muy luego se convirtió en dirigente estudiantil, lo que acrecentó esa tremenda “curiosidad social” que formaba parte constitutiva de su ser interno. Además, mientras militaba siendo estudiante, conoció la pobreza extrema, ”esa que uno cree que no existe pero sí “, y eso la marcó muy hondo, si bien aún no había llegado su hora: la hora de la acción. 

“Supe claramente que tenía que hacer algo al respecto, pero no hallaba cómo darle curso a esas ganas que me carcomían el alma…. hasta que transcurrido un tiempo, comencé a trabajar en el Sename y allí, con mi compañero de familia –así me gusta decirle a mi marido, el padre de mis dos hijos- decidimos formalmente actuar para cambiarle la realidad a los niños.”

    Empezó entonces la búsqueda, busca que te busca caminando ambos por el barrio, y de pronto, por esas cosas del azar, se encontraron en un sitio que había sido un club deportivo y ahora estaba abandonado. ¿Abandonado? Se miraron los dos y…¡cosa hecha! Justo lo que querían. Y así fue como partieron con un proyecto deportivo, que se fue reactivando con el mismo fin original, aunando entre ambos el esfuerzo, las ideas y aportando la totalidad de su común energía. Al Centro le dieron el nombre de su suerte, de modo que pasó a llamarse inmediatamente – y en propiedad- Club Deportivo Cuevas: un campo entero dedicado exclusivamente a que los niños practicaran lo que nunca habían soñado: el salto en bicicletas sobre rampas. 

 Para qué decir que el éxito de la iniciativa fue total, como lo comprobaban cada vez que, entre el jolgorio, se vislumbraba la cara de velocidad de esos niños al pedalear, dichosos, para dar el salto que los elevaba a un cielo en el que nunca habían incursionado antes.

  Sí. Muy lindo. Pero no bastaba: había tanto, tantísimo que hacer….

 Y entonces surgió la idea de implementar ahora más talleres deportivos para esos niños del barrio: ésos y muchos más… La decisión fue postular ahora a un proyecto más grande, había que obtener fondos y… ¡Y lo ganaron! El sueño empezaba a hacerse realidad; ya estaban lanzados, de modo que al poco tiempo consiguieron una rampa ”de uso múltiple”, o sea, que sirviera para distintos tipos de actividades…Y otra vez, más dicha, más alegría: el éxito fue total. Pero… claro, como era tan grande la rampa, había que montarla y desmontarla to-dos- los- días…y es que simplemente  no cabía en el gimnasio, que con tanto esfuerzo habían habilitado para ellos.

 (“La verdad es que empezamos con un grupo pequeño de niños, pero de a poco comenzaron a llegar más y más y más… Y nosotros fuimos por más. Ellos nos necesitaban y nosotros teníamos la voluntad, unas ganas inmensas de ayudarlos. Y ahí empezamos a investigar e Investigar. Además, por otro lado habíamos logrado obtener un documento- preciado bien aunque no tan fácil de conseguir- donde se certificaba que el deporte ES una herramienta de aprendizaje social, de superación de la frustración y desde luego, una base firme para desarrollar una vida sana.”)

   Había que seguir y seguir caminando. Hasta que un día, estando en esas y habiendo logrado ya el certificado… Angélica y su marido se topan, nuevamente de frente, con un parque abandonado. “Estaba en tan malas condiciones que ni siquiera servía para botar chatarra, pero… ¿a ver? ¿Y si le ponemos esfuerzo y harta voluntad? La creatividad es lo que más tenemos, ¿mmmm? Miremos.“

  No más decirlo y al día siguiente… ¡Manos a la obra! A limpiar y despejar, ¡a botar se ha dicho! Un nuevo espacio deportivo dedicado enterito para el Club Cuevas, siguiendo el destino del anterior. Sólo que ahora… ampliado. Y ahora…  transformado en un hermoso Bike Park.

   De ahí en adelante, no han parado ni un minuto. Ella sigue trabajando y postulando a los fondos concursables, con proyectos nuevos que a veces surgen en el instante.

 Igual que como lo ha hecho desde el año 2012, cuando se le ocurrió fusionar el Deporte con el Reciclaje, sin otro fin que el de contribuir a la formación de niños y jóvenes que se puedan insertar en la sociedad con el tremendo aporte de unos valores bien afincados, la imprescindible disciplina y esa honestidad a toda prueba que constituye la mejor carta de presentación en el mundo.

Dirección:

Luis Carrera 1289, oficina 204, Vitacura

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