Sin duda estamos atravesando un proceso de aprendizaje. Todos, como sociedad, estamos aprendiendo un vivir diferente… no sabemos aún si mejor o peor, pero de seguro distinto. 

Ya son varias las semanas que pasaron desde que se instaló entre nosotros este enemigo invisible con el que estamos luchando incansablemente. Y decimos incansablemente porque vaya sí que ha sido estresante: familias enteras encerradas (muchas veces en escasos metros cuadrados), clases suspendidas, teletrabajo o pérdida del mismo, cuidados extremos para hacer las compras o pasear mascotas y un extenso proceso de limpieza y sanitización de nuestras cosas y de nosotros mismos. Pareciera un poco tonto, pero varios hemos aprendido a lavarnos correctamente las manos hace no más de cuatro semanas. 

Si bien esta situación nos ha vulnerabilizado en lo social, económico y emocional, no podemos desviar la mirada de aquellos miembros de la sociedad que han sido los más afectados: la tercera edad, que dicho así suena un poco lejano… en otras palabras: nuestros abuelos. 

Según una investigación realizada por el Observatorio del Envejecimiento de la Universidad Católica y Confuturo, en nuestro país tenemos casi medio millón de adultos mayores que habitan en viviendas unipersonales… es decir, cerca de 500.000 abuelos están pasando su cuarentena solos. Y es que si bien a esta altura ya todos tenemos el chip puesto de “no visitarlos porque así los cuidamos”, se ha hecho difícil. Para ellos y para nosotros.

Mientras nos replanteamos lo poco que solíamos valorar la importancia de acompañarlos, de estar presentes y atentos a sus necesidades en situaciones normales, donde a veces gana el cansancio o planes más tentadores, ellos están viviendo otra lucha: la de la soledad, la del miedo, la de sentir su salud y vida en riesgo, la de encontrarse solos ante un mundo tecnológico que hasta ahora parecía imposible de entender. Pero fieles a nuestra esencia humana, la necesidad puede más y el “yo no puedo” o “esto no es para mí” se hacen a un lado para dar lugar al “quiero poder” y “voy a lograrlo”. Las circunstancias los han llevado a poner todo de su parte para lograr el entendimiento y amigarse con esta herramienta que en estos momentos los acerca a sus seres queridos, a los que no siempre tenían tiempo de visitarlos, pero que ahora detrás de la pantalla de un celular o un computador parecen estar más acá que nunca porque no hay excusas, porque tenemos la oportunidad de unirnos y abrazarnos a lo lejos a través de una videollamada que deja ver esas miradas húmedas ansiosas de un reencuentro. 

Si hay algo en lo que probablemente todos coincidimos, es en la esperanza de que, una vez terminada esta crisis podamos observar cambios en nuestra sociedad… cambios buenos, cambios profundos, de raíz. Una real responsabilidad social, lejos del egoísmo y el individualismo que nos invade… o invadió alguna vez. Un cariño por nuestros abuelos que vaya mucho más allá de las palabras y que se traduzca en acciones. Porque cambiar el mundo de hoy, es cambiar el mañana en donde nosotros seremos esos “adultos mayores” que estaremos esperando recibir a nuestros hijos y nietos en la soledad de nuestro hogar. 

Como diría Elena Rada, ganadora del Premio Mujer Impacta 2018: 

“Las familias deberían apoyar a sus adultos mayores, compartir con ellos, respetarlos, considerarlos. En ese sentido, nos falta mucho como sociedad”. 

Y es cierto, ojalá sea tan cierto como que al fin abriremos los ojos y nos pondremos en marcha para transitar este camino que nos llevará a ser mejores con quienes más se lo merecen.