Un plato de comida (ojalá caliente). Parece algo tan simple, tan cotidiano, tan de “mínimo una vez al día”… pero lamentablemente y aunque duela e incomode decirlo, no es la realidad de todos. Adultos y niños… familias enteras, muchas veces, no tienen nada que poner sobre la mesa. 

Chile no está pasando su mejor momento. El mundo entero no está pasando su mejor momento. El estallido social de octubre del año pasado trajo un montón de consecuencias negativas y el COVID-19 no hizo más que acrecentar la pobreza y la falta de libertad, de bienestar, de los chilenos. La pandemia no ha dejado ningún ámbito de nuestras vidas sin afectar. Y sin lugar a dudas, la alimentación y nutrición de la población se han visto perjudicadas. Considerando además el confinamiento, la preocupación económica de las personas, el estado de ánimo y la dificultad para acceder o disponer de alimentos sanos y seguros, principalmente para aquellos grupos más vulnerables, el panorama es realmente desalentador y angustiante. 

Con la llegada de los meses fríos del año comienzan a aparecer los primeros resfríos y enfermedades respiratorias. Del mismo modo, la necesidad calórica del cuerpo aumenta y es necesario estar bien alimentados para mantenernos sanos. Pero… ¿qué sucede cuando no es posible llevar un plato de comida caliente a nuestra mesa? ¿Qué pasa cuando se hace inaccesible optar por comida fresca que aporte todas esas vitaminas y nutrientes que nuestro cuerpo necesita para luchar contra virus, bacterias y gérmenes? 

Esta cuarentena que estamos viviendo significó muchas cosas. Cosas muy distintas para la sociedad chilena. En algunos sectores más privilegiados, esto se ha convertido en la posibilidad de tener más tiempo en casa para compartir en familia, hacer ejercicios o cocinar… probar nuevos proveedores de productos orgánicos y naturales, pescados frescos o desinfectantes de última generación… Pero para otros, esta situación los ha obligado a vivir 24/7 bajo una realidad agobiante: hacinamiento, aumento de la violencia intrafamiliar, dificultad de acceso a alimentos saludables, empobrecimiento, pérdida de puestos de trabajo, frío. 

Sin duda, aquella brecha que vemos expresada en pancartas en manifestaciones desde fines de 2019, se ha incrementado. Y si hay un tema que preocupa es cómo esta deficiencia alimentaria se traducirá en el aumento de enfermedades, obesidad y mala nutrición de gran parte de la población… número que aumenta día a día, mientras esta situación se prolonga. 

Obligados a consumir alimentos más calóricos, menos frescos y más industrializados, con más azúcares y grasas… son cada vez más las familias que se encuentran en esta situación que pareciera no tener salida. Y lamentablemente, en muchos casos, este es un escenario de los buenos, porque en sectores aún más vulnerables ni siquiera hay acceso a esto (por más malo que parezca) y simple y directamente NO TIENEN COMIDA. 

Definitivamente la crisis no nos ha afectado a todos de la misma forma y este es el punto clave: todavía, entre nosotros, ¡hay muchos que podemos ayudar! 

Son estos momentos en que nos vemos obligados a repensar, repensarnos. Cada realidad es distinta y por más que puede resultar desesperante la imposibilidad de solucionarlo todo, en diferentes medidas todos podemos colaborar a que quienes hoy pasan situaciones extremas tengan un día a día menos aterrador. Y es que el no tener cubierta una necesidad tan básica como el alimento en una familia es una realidad cruel y dramática.