En tiempos en los que prima la incertidumbre, como los actuales, no es raro escuchar la palabra “diálogo”. Pero, seamos sinceros, para poder convertirnos en agentes que promuevan el diálogo, tenemos que ser capaces de saber lo que este representa.

Ya el origen de la palabra nos da claras señales de a lo que deberíamos estar atentos: del latín “dialogus”, significa la interacción entre dos o más personas. Por eso, no lo podemos negar, un diálogo solo surge como una oportunidad de crecimiento cuando quienes participan del mismo están abiertos a escuchar, así como a la reflexión y al entendimiento.

Como se suele decir, “dos monólogos no hacen un diálogo”.

Y aunque tradicionalmente se ha destacado el rol de los hombres en estos procesos -desde los famosos diálogos de Platón, que sirvieron durante mucho tiempo de modelo filosófico y científico-, hoy quiero hacer una invitación a pensar en el indispensable papel de las mujeres en los procesos de diálogo.

Si analizamos la historia reciente, las mujeres desempeñan diversas funciones en procesos de paz complejos y de múltiples vías. Pueden sentarse en la mesa oficial de negociaciones, en un comité o subcomisión de cuestiones técnicas o pueden permanecer fuera de las conversaciones y participar como agentes de la sociedad civil en los acontecimientos posteriores. Todas estas funciones son fundamentales.

En nuestra vecina, Colombia, en el proceso llevado a cabo entre el Gobierno y las FARC, las mujeres y los agentes de la sociedad civil tuvieron un papel clave en su movilización nacional y en la definición de sus demandas e inquietudes. Estas voces incesantes desempeñaron un papel importante en la aprobación de varias disposiciones en favor de la mujer en los acuerdos finales. Algo similar ya había ocurrido antes en los casos de Sri Lanka e Irlanda del Norte.

En Chile, les puedo asegurar, esto no es distinto. En los casi 10 años de la Fundación Mujer Impacta he podido conocer a distintas mujeres que están transformando realidades y, en esos procesos, se sientan a dialogar con sus vecinos, sus comunidades, autoridades y líderes empresariales o de la sociedad civil.

En esos encuentros -me han dicho y lo he visto- han descubierto las posiciones de sus interlocutores y también sus propias fortalezas y debilidades. Estas mujeres han entregado en reuniones y conversatorios una visión distinta sobre cómo hacer las cosas. También han incluido sus inquietudes, perspectivas y necesidades tanto de otras mujeres como de las organizaciones vinculadas a la salud, medioambiente, educación, entre otras temáticas, que representan.

Si entendemos que, incluso en medio del conflicto o de posturas radicalmente distintas a las nuestras, buscamos atender a las mismas necesidades, creo que es posible asumir una postura de curiosidad sobre lo que el otro piensa, vive y siente. Por eso, tengo la convicción de que es imprescindible seguir contando con mujeres -y ojalá más mujeres- en los distintos espacios de diálogo de nuestra sociedad. No tenerlas ahí no solo las frena, sino que también nos impide llegar a las soluciones duraderas tan requeridas en nuestro país y mundo.

Columna publicada en Biobio Chile