Mónica Arteaga consideraba que su vida era normal hasta que, en 1986, su tercera hija de cinco años se enfermó. Ella tenía 30. A partir de este momento su historia cambió completamente y Mónica pasó a ser la cabeza detrás de la Fundación de Ayuda al Niño Oncológico Casa Sagrada Familia, cargo que en 2020 fue reconocido también por la Fundación Mujer Impacta.

Después de golpear muchas puertas para dar con el diagnóstico de su hija, una vez que lo tuvo supo que la única alternativa de tratamiento estaba en el Hospital St Jude en Memphis, EE.UU. Sin dudarlo se trasladó hasta allá.

“A mi hija le realizaron un tratamiento de dos años, de los cuales siete meses estuvimos sin venir a Chile, solo viajaba mi marido a estar con nuestros otros hijos. Fueron meses duros, de incertidumbre y miedo en un país desconocido. No sabíamos el idioma y la comunicación con el resto de mi familia que estaba en Chile era mínima, no existía la tecnología con la que contamos hoy”, recuerda.

Lo que siempre tuvo claro y hoy transmite a las familias que acompaña, es que su prioridad era su hija que estaba con riesgo vital: “todos mis sentidos y energías estaban enfocados en su tratamiento y contención. Con mucho dolor tuve que entregarle a mis otros niños a Dios. No me quedó más alternativa que confiar en que iban a estar bien gracias a una tremenda red de apoyo que fue nuestra familia con la que siempre conté”.

Más tarde, su hija hizo parte del tratamiento en el hospital Calvo Mackenna. En 1988, cuando este terminó, Mónica quedó conectada con la unidad de oncología y comenzó a ser voluntaria para acompañar y acoger a las mamás de niños con cáncer. “Cuando las veía angustiadas las acompañaba a la consulta con el doctor para que se atrevieran a hacer todas sus preguntas y aclararan sus dudas. ”, cuenta.

Pero solo tres años después, la vida le dio otro golpe: Su marido fue diagnosticado con una leucemia mielodisplásica. Para ese entonces, su única posibilidad de vivir era someterse a un trasplante de médula ósea, algo que no se hacía en Chile. Nuevamente se vieron obligados a viajar a EE.UU, dejar a sus hijos y confiar en que les iba a ir bien otra vez. Por suerte, así fue.

Después de todo lo vivido, a Mónica -quien era profesora de matemáticas de la Universidad Católica- ya no le hacía sentido volver a hacer clases. Por eso, en 1994 estudió para ser consejera y orientadora familiar. “Con esto yo quería adquirir herramientas para poder ayudar a las mamás de niños con cáncer”, detalla.

En 2000 le ofreció a la asistente social del hospital Calvo Mackenna trabajar de forma voluntaria con cursos y capacitaciones a las mamás de niños con cáncer. “En esa oportunidad me dijo que lo que más necesitaban era un lugar donde pudieran vivir los niños con sus mamás que eran de regiones y tenían que venir a Santiago mientras recibían el tratamiento oncológico. Así decidí tomar este tremendo desafío”, comenta.

Así, en marzo del 2001 Mónica inauguró la Fundación de Ayuda al Niño Oncológico Casa Sagrada Familia, espacio que ella misma define como “el sueño de poder ofrecerle a los niños oncológicos y sus familias un espacio de apoyo, amor, contención y orientación”.

“Al partir con este desafío le encontré sentido a mi historia y empecé a entender para qué había vivido todo lo anterior. Sin esa experiencia, hubiese sido muy difícil empatizar con madres que están lejos de sus familias y pasando por algo tan duro como lo que tuve que vivir yo en dos oportunidades”, cuenta.

Durante estos más de 20 años la fundación ha crecido mucho. Hoy cuenta con una gran casa de acogida que puede recibir simultáneamente a 30 niños con su apoderado y ha acogido a más de 400 familias. Además, empezó la construcción de un Hóspice Pediátrico, primero y único en Chile y América del Sur, donde recibirá a niños que estén en la etapa final de vida, considerando que alrededor del 20% de los niños con cáncer fallecen.