Todo empezó con extraños sueños. Día tras día Sandra Corrales, ex deportista en atletismo, canotaje y tiro al arco, soñaba que apoyaba a un niño llamado Albán, que estaba en una camilla, con una gran cicatriz en la guata y conectado a unos tubos que no le permitían dormir.
Curiosa por cuál podría ser el significado de esos sueños, decidió ir, junto a otros deportistas, al Hospital Clínico de la Universidad Católica a entregarles medallas a los niños que estuvieran en tratamiento por enfermedades crónicas, terminales y catastróficas. Fue ahí cuando conoció a un niño que se llamaba exactamente igual al de sus sueños: Albán.
“Cuando iba saliendo de la visita, él me dijo, con la medalla en el cuello, ‘tía Sandra, soy un campeón’. No pude contener el llanto. Entendí que lo que había logrado como deportista no era nada”, cuenta.
Esa emoción no salió de su cabeza. Siguió entregando medallas a niños que no tienen la oportunidad de ganar nunca en alguna cancha, pero que tienen su condecoración por su lucha, perseverancia y constancia en la vida y de cara a la muerte. Siguió visitando, junto a otros deportistas como Arturo Vidal, Alexis Sánchez, Claudio Bravo, Natalia Duco y Matías Fernández, algunos hospitales, fundaciones, colegios especiales y reconoció a cada uno de los pequeños cuya valentía le recordaban al niño de sus sueños.
Hasta que, en 2009, esta Mujer Impacta fundó Deportistas por un Sueño. Apoyada por el Estado chileno, su fundación se encuentra en la constante misión de brindar apoyo a cientos de menores afectados con enfermedades complejas y terminales, a través de la campaña: “Los niños crónicos y terminales también tiene derecho al amor, al respeto y dignidad”.
Deportistas por un Sueño apoya a menores con hidrocefalia, tumores, piel de cristal, entre otros diagnósticos. Sandra y su equipo ayudan a los niños y a sus familias a obtener pensiones de gracia, alimentos, ayudas técnicas y servicios fúnebres, además de talleres de magia, risoterapia, cuenta cuentos y cine-teatro. Hace algunos años, por ejemplo, la fundación hizo una gran campaña de donación de órganos tras la cual logró salvar la vida de un niño.
“Nosotros luchamos por los niños como si fueran nuestros hijos”, comenta. Además, antes de que los niños partan, Deportistas por un Sueño busca cumplir algún deseo de los menores. Los llevan al estadio, les presentan a alguno de sus cantantes favoritos, celebran una Navidad fuera de época, los llevan a la piscina, lo que sea. En ese proceso, Sandra Corrales ha sido testigo de la partida de casi 130 menores. “Ellos son los verdaderos campeones de Chile”, dice.
A lo largo de los años, la iniciativa ha sumado reconocimientos. En 2016, fue destacada por las Naciones Unidas, por ser “una de las pocas entidades del mundo que vela por los derechos de los niños con patologías de carácter crónicas terminales, promoviendo, respetando y exigiendo sus derechos”. “Cumplen con una labor única y ejemplar en la protección de la dignidad de los niños y niñas desahuciados. En busca de transversalizar el movimiento se han sumado a la causa deportistas de diversas ramas deportivas, futbolistas, cantantes nacionales e internacionales, artistas, humoristas, rostros televisivos y personas de buena voluntad que aportan acciones de buena fe”, sostuvo la ONU.
Al año siguiente, Sandra Corrales fue premiada por la Fundación Mujer Impacta. Y en 2021 en el Palacio de La Moneda, fue reconocida por la importante labor que realiza “en el cumplimiento del sueño de miles de niños y niñas que enfrentan importantes dificultades”.
No es para menos: en la actualidad Deportistas por un Sueño trabaja con 500 familias y ha apoyado a más de 12.000 niños; ha conseguido 119 pensiones de gracia y 119 viviendas gracias a su iniciativa. Por eso Sandra Corrales hace hincapié en que cualquier madre o padre de niños o niñas con enfermedades crónicas, catastróficas y terminales que busque apoyo se contacte con su fundación. Somos su familia”, afirma.
* Sandra Corrales fue Premio Mujer Impacta 2017 por su fundación Deportistas por un Sueño (Contacto: +5694275588).
Artículo publicado en Revista Paula